El Bufalo Blanco
El tiempo deja de existir, una eternidad nace entre latido y latido, mientras el ronronear del motor absorbe todos los sonidos del universo, el cual se simplifica en una eterna recta a vencer. Hombres, mujeres y niños del público contienen la respiración mientras sus ojos se mueven enérgicos. Saben lo que está por suceder y no quieren perder detalle.
El ronronear se convierte en rugir, el caucho se despega del asfalto cuando la luz verde estalla y EL BUFALO BLANCO se arroja a toda velocidad, envistiendo a la vida misma con el único fin de alcanzar la gloria. Los rostros y luces se convierten en líneas que se funden con el entorno, alguien corre del otro lado, no importa quién, va a perecer bajo la furia del búfalo. Un juego de pedales, el rugir, y un nuevo triunfo para este gladiador de raza Ford, para un monstruo del asfalto pura sangre.
Su guía, Jorge, regresa mientras el público estalla en gritos y jolgorio, el les ha dado lo que han buscado, y se lo agradecen a su pasar. El Búfalo Blanco ataca, el búfalo blanco humilla, el búfalo blanco se baña de gloria.
Unos 30 años atrás Jorge de Jose C. Paza, Buenos Aires, Argentina, compraba un viejo falcón, el cual se convertía en su primer auto. Pero no quería un auto para pasear, quería un auto para nutrirlo de triunfos, que sea capaz de correr y vencer al tiempo mismo. Y así, tocando un poco acá, otro poco allá, el falcón mutaba en este monstruo imponente, aterrador, que no sabe de temor ni de rendición.
En sus primeros años corrían en las calles de forma ilegal contra aquellos valientes que lo desafiaban, hasta que la ley se cruzó en su camino y se lo llevó. El corazón de Jorge se quebraba, los días se hacían eternos, su bestia de metal estaba presa y tenía que hacer lo imposible para liberarla. Una y otra vez fue en su búsqueda. Hablar aquí y a allá sin éxito. El búfalo debía cumplir su pena por romper más que el tiempo… por romper la misma ley. Pero el calvario llegó a su fin y la libertad lo abrazó. Nuevamente disfrutó de grandes cantidades de jugo de dinosaurio y el viento golpeando su cuerpo. Desde ese día jamás regresó a correr en las calles.
Desde ese momento, tres décadas hasta nuestros días, solo corre en las pistas donde el verdadero desafío reina. En ese sagrado campo de batalla donde solo ingresan los dignos, los fuertes y poderosos, donde dos entran y solo uno sigue. Y entre rugidos y caucho quemado los dioses fierreros han de satisfacer sus placeres vánales, contemplando a sus hijos de metal, los único dignos de entrar al Valhala de los Monstruos del asfalto.
Ya sé, tu corazón se acelera al ver al Búfalo Blanco, queres ya tener tu bestia de metal lista para salir al asfalto juntos a disfrutar pero siempre algo sucede y el logro de tu sueño se aleja pero como dice Jorge, nunca bajes los brazos que siempre tarde o temprano todo llega, pero despacio. Después de todo la gallina come todo el maíz a un grano a la vez.
El tiempo deja de existir, una eternidad nace entre latido y latido, el Búfalo Blanco corre, vence y se llena de gloria para la eternidad.
Por Rafa Theller
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