Cuenta la historia que existe una tierra donde habitan los fierreros, hombres cuya razón se ha perdido en el tiempo y se mueven empujados por una extraña pasión hacia esas bestias de metal que devoran jugo de dinosaurio y exhalan extraños vapores. Es la misma tierra donde los grandes monstruos del asfalto se encuentran para diputar su superioridad y se la llama Rafaela. Es allí donde esta historia se desarrolló.

El viejo chevrolet 400 1964 de un padre sirvió a la familia hasta que su cuerpo no dio más. El noble guerrero se detuvo en un patio, a ver crecer la maleza. Quedo en el extraño estado de NI, NI estaba muerto, NI vivía. El padre compró un nuevo automóvil familiar para remplazar al caído. Pero no se iba a deshacer de él, ya que era un miembro más de la familia. Por aquellos tiempos el hijo de este, un joven de nombre Franco, observaba con enormes ojos ese monstruo caído, soñando con algún día poder hacerlo suyo. Un día el padre le obsequio los papeles y el joven vio como el sueño se ponía a su alcance, pero no iba a ser fácil llegar a él. La aceitosa hada madrina llamada vida, cumple deseos pero hay que demostrar que uno es digno de los mismos, y a veces el costo es alto.
Franco de inmediato empezó a luchar para lograr el suyo. Mientras iba al secundario en el tiempo libre trabajaba para reunir dinero y devolver la vida al chivo, que por aquellos tiempos se llamaba el funebrero.
El primer problema que se encontró era que el cuerpo metálico estaba muy dañado a causa del diabólico oxido, por lo cual entre una cosa y la otra tuve que reunir otros dos 400 para de los tres dar vida a uno.
Otro inconveniente Y A QUIEN NO NOS PASO, cayó en manos de mecánicos y/o chapistas inservibles, que hicieron mucho daño al pobre Funebrero. Lo poco que hicieron, lo hicieron mal, con maldad y hasta robaron partes o no cumplieron lo que debían (tomemos un minuto de silencio para putear a esos hijos de putas que en más de una vez destruyen sueños) En este caso el “el profesional” hasta robo la idea del nuevo estilo del chivo y nombre (otro minuto para tal fin)

Las arenas del tiempo corrían mientras las el almanaque dejaba caer sus hojas y esfuerzo y dinero se diluían en vano. Por un momento Franco vio como su sueño se alejaba y esfumaba por culpa de otros. La aceitosa hada madrina cobraba el alto precio del deseo. Estaba envuelto en ese momento que las circunstancias nos superan, las piernas nos tiemblan y hasta respirar nos cuesta mientras sentimos el peso del mundo sobre nuestra espalda, y mucho hasta se sienten solo en un mundo repleto de personas. El muchacho soltaba la mano de su sueño cuando como contragolpe bendito apareció el apoyo de la familia. Su padre y abuelo se arremangaron, lo sostuvieron para que no caiga y comenzaron a ayudarlo.
De a poco se hizo todo nuevo en el chevrolet que recibió un aire moderno. Si bien en un inicio se quiso hacer cupe, no se encontró ningún artesano del metal que atendiera el desafío.
El monstruo estaba cada vez más cerca de salir al asfalto, ya tenía su tapa trabajada, carburador de dos bocas, leva tocada, pero aún no tenia nombre, hasta que un amigo de Franco lo llama y pregunta cómo iba “El Goliat” y así, se bautizaba a esta bestia de metal.

Un día el mundo se movió a cámara lenta, casi imperceptible, mientras una vez más el viejo chivo que fuera de la familia comenzó a rodar lentamente sobre el asfalto, mientras su voz tronaba en el aire. Un joven soñador iba sobre su sueño y fierro y hombre se hicieron uno. Y anda el muchacho con su monstruo renacido, mientras los ojos de quienes lo ven se salen de sus cuencas o mojan sus pies de babas, como niños pequeños. Más de uno dirá, “tiene plata” pobre envidioso. El Goliat no es fruto del dinero, es fruto de tres generaciones dejándolo todo por un sueño, por rescatar a un miembro de la familia, el cual después de 50 años comienza a escribir un nuevo capítulo en su historia. Loco, la magia y el amor existen, sino estas historias no serian posibles.
Los Hombres pasan y los Monstruos del Asfalto perduran.
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